10 de marzo de 2022

John Cazale, el mito trágico del cine

Noel Ceballos

Sólo cinco películas en su haber, pero qué cinco: El padrino, La conversación, El padrino: Parte II, Tarde de perros y El cazador lo convirtieron en icono de la Edad de Plata hollywoodiense. Y entonces todo acabó de la manera más triste.

“Aprendí más sobre actuación con John que con nadie más”, confesó Al Pacino tras la muerte de su amigo y compañero John Cazale (1935-1978), a quien conoció cuando ambos eran jóvenes aspirantes en busca de una oportunidad en la Gran Manzana. “Todo lo que quería hacer era actuar junto a él durante el resto de mi vida”.

Ese mismo día, el New York Times publicó una necrológica que empezaba así: “John Cazale, el actor más conocido probablemente como el hermano mayor y más débil de Al Pacino en la película El padrino y su secuela, murió de cáncer el pasado domingo por la noche en el Sloan Kettering Memorial Hospital. Tenía 42 años”. Más adelante, el Times mencionaba La conversación, también dirigida por Francis Ford Coppola, y Tarde de perros, donde volvió a trabajar con Pacino, pero la última de las cinco películas en las que intervino no se había estrenado aún y, por lo tanto, quedó fuera del obituario. Hablamos de El cazador, ganadora de cinco Oscar y habitualmente mencionada en las listas de las mejores películas jamás rodadas. En total, la filmografía de Cazale, breve al tiempo que insuperable, consta únicamente de obras maestras. Ningún otro ha logrado hacer tanto en tan poco tiempo como el que dispuso. Su rostro es, por tanto, un icono de la Edad de Plata hollywoodiense, si bien nunca ocupó el primer plano, ni se situó en el centro de los focos. Lo suyo era brillar forma inexplicable desde los márgenes.

Cazale se graduó en la Universidad de Boston y comenzó a trabajar en montajes de teatro regionales desde una edad muy temprana, pero sabemos muy poco acerca de su infancia y primera adolescencia. Richard Shepard, director del documental Descubriendo a John Cazale (una de las principales fuentes de información sobre su figura), consiguió hablar con algunos de sus amigos y compañeros de colegio, pero no así con los miembros de una familia que, hasta donde sabemos, constaba de tres hermanos –él era el mediano– nacidos en Revere, Massachusetts. Shepard logra plasmar la impresión de que las prolongadas ausencias de su padre, un vendedor ambulante, generaron una suerte de halo oscuro alrededor del joven John, quintaesencial muchacho triste que muy pronto aprendería a canalizar esa desazón existencial a través de la interpretación. Sin embargo, quienes lo conocieron en el Off-Broadway, donde desembarcó tras cosechar algunos éxitos de crítica en el Charles Playhouse de Boston, lo describen como un tipo esencialmente afable y carismático con “una forma muy agradable de expresarse”, en palabras del propio Pacino.

Ambos se conocieron mientras trabajaban en el departamento de correo de la Standard Oil, cuya sede neoyorquina se ubica en el mismísimo Broadway. Por entonces, Cazale ya había empezado a asistir a las clases de nada menos que Peter Kass, algo así como Vito Corleone para quienes creen en el Método. En 1966, los dos amigos y mensajeros a tiempo parcial obtuvieron el trampolín que estaban esperando cuando Israel Horovitz los fichó para su obra The Indian Wants the Bronx, por la que ganaron un Obie cada uno. De hecho, Horovitz quedó tan absolutamente impresionado por John Cazale que contó con él de inmediato para otra producción, Line, por la que también fue galardonado.

Solía causar esa impresión en los demás. Cuando Coppola aún se encontraba en plena guerra con Paramount por el papel de Michael Corleone (él quería a Pacino, ellos querían a una estrella consagrada), su director de cásting, Fred Ross, asistió a una representación de Line a instancias de su amigo Richard Dreyfuss. “Richard estuvo fenomenal”, recordó Roos después, “pero ahí estaba un tío llamado John Cazale… Fue como: ‘Ese es Fredo, fin de la historia’. Le dije a Francis que había visto a Fredo la noche anterior y que ya no teníamos que buscar más”. Cazale viajó a Los Angeles para hacer una prueba delante del director y el estudio, pero fue una mera formalidad: ni siquiera Paramount, desesperada por meter grandes nombres en el proyecto, puso ninguna pega a que este debutante en el cine encarnase a Fredo Corleone. Mucha gente piensa que fue Al Pacino quien recomendó a su colega para El padrino, pero no fue ni mucho menos así.

Hay una secuencia en la película que demuestra de lo que este actor de actores era capaz: cuando Michael lo visita en Las Vegas y él lo recibe con un pequeño ejército de prostitutas, sin tener en cuenta que su hermano pequeño no estaba allí para divertirse, sino para hacer negocios. La cantidad de sentimientos (ira, vergüenza, pasmo, humillación) que atraviesan su rostro en cuestión de segundos, unidos al hecho de que Fredo se pase toda la escena con gafas de sol, dan la medida de la impecable sutileza con la que Cazale se enfrentaba siempre a su trabajo. El padrino: Parte II profundiza en la figura trágica de un hombre al que la vida sencillamente no le concedió cartas suficientes para ganar ninguna partida. El momento “Sé que fuiste tú”, impecablemente servido por el dúo Pacino/Cazale, es uno de los más emblemáticos de la cinematografía universal, pero la auténtica hora de la verdad de Fredo llega cuando se resigna a confesar todos sus pecados instantes antes de desaparecer casi por completo en una silla, más fantasma o cáscara vacía ya que ser humano. A Pacino no se le ocurrió mover un músculo durante el clímax emocional de la película, pues sabía que, pese a estar nominalmente protagonizada por Michael y su padre, Parte II es la película de Fredo Corleone. Y gran parte del mérito lo tiene su actor, capaz de compartir plano con varias leyendas de Hollywood y, sin embargo, lograr que tus ojos se vayan inevitablemente hacia él.

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