3 de febrero de 2020

El cerebro no desarrolla la destreza nativa de un segundo idioma pasados los seis años

Agathe Cortés
El País

Al principio las imágenes son turbias.

Los sedimentos pasan rápidamente frente a la cámara mientras Icefin, un robot submarino amarillo brillante operado a control remoto, avanza despacio bajo el hielo.

Después, el agua comienza a aclararse.

Icefin está bajo casi 600 metros de hielo, frente a uno de los glaciares que más rápido están cambiando en el mundo.

De pronto una sombra aparece sobre él, un acantilado de hielo sucio.

Es una visión única: la primera imagen de una frontera que está cambiando nuestro mundo.

Icefin llegó al sitio en el que las aguas calientes del océano se encuentran con un muro de hielo en la parte delantera del majestuoso glaciar antártico de Thwaites, el punto donde este vasto cuerpo de hielo comienza a derretirse.

Glaciar del «Día del Juicio Final»
Los glaciólogos describen al Thwaites como el glaciar «más importante» y el «más peligroso» del mundo. También le dicen el glaciar del «Día del Juicio Final».

Se encuentra en el sector antártico que no es reclamado por ningún país, y desemboca en el mar de Amundsen, a unos 30 kilómetros al este del monte Murphy, en la tierra de Marie Byrd.

Es gigante, casi del tamaño de Reino Unido, y es ya responsable de 4% del aumento global en el nivel del mar, una cifra enorme para un solo glaciar.

Pero los datos de satélite muestran que se está derritiendo cada vez más rápido.

El Thwaites contiene suficiente agua para incrementar el nivel de los mares del mundo en más de medio metro.

Y Thwaites se ubica como una piedra angular justo en el centro de la capa de hielo de Antártica occidental, una vasta masa de hielo que contiene más de tres metros potenciales de incremento adicional en el nivel del mar.

Y así, hasta este año, nadie ha intentado una investigación científica de gran escala sobre el glaciar.

El equipo de Icefin, junto con otros 40 científicos, forman parte de la Colaboración Internacional del Glaciar Thwaites, un esfuerzo conjunto de Reino Unido y Estados Unidos de cinco años y US$50 millones para entender por qué está cambiando tan rápidamente.

Es el proyecto científico de campo más grande y más complejo en la historia de la Antártica.

Cuando me invitaron a informar sobre el trabajo del equipo, ciertamente me sorprendí de lo poco que se sabe sobre un glaciar tan importante.

Cuando llegué allí descubrí por qué.

La nieve en la pista de hielo del aeródromo del programa antártico retrasó mi vuelo de Nueva Zelanda a McMurdo, la principal base de investigación de Estados Unidos en la Antártica.

Esta fue la primera de un catálogo completo de retrasos y alteraciones.

A los equipos científicos les toma semanas llegar a sus campos de investigación.

¿Por qué es importante el Thwaites?
La Antártica occidental es la parte más tormentosa del continente más tormentoso del mundo.

Y el glaciar Thwaites es remoto incluso para los estándares de la Antártica, a más de 1.600 km de la base de investigación más cercana.

Pero entender lo que está ocurriendo aquí es esencial para que los científicos puedan predecir con precisión los incrementos futuros en el nivel del mar.

El hielo en la Antártica contiene 90% del agua dulce del mundo, y 80% de ese hielo está en la parte oriental del continente.

El hielo en Antártica oriental es muy grueso, con un espesor promedio de 1,6 km, pero descansa sobre terreno elevado y sólo se asoma un poco hacia el mar.

La Antártica occidental, sin embargo, es muy diferente. Es más pequeña -aunque sigue siendo enorme- y es mucho más vulnerable al cambio.

A diferencia del oriente, la parte occidental no descansa sobre terreno elevado. De hecho, virtualmente toda su base está muy por debajo del nivel del mar.

Si no fuera por el hielo, sería un océano profundo con unas pocas islas.

Llevaba cinco semanas en la Antártica cuando finalmente pude abordar el avión bimotor del British Antarctic Survey (BAS) que me llevaría al glaciar.

Acampé con el equipo en lo que se conoce como zona de base.

Los campamentos están sobre el hielo ubicado en el punto donde el glaciar se encuentra con el agua del océano y el equipo tiene la tarea más ambiciosa de todas.

Necesitan perforar casi 800 metros hielo justo en el punto donde el glaciar está a flote.

Usarán el orificio para tener acceso al agua de mar que está derritiendo el glaciar para descubrir de dónde viene y por qué está atacándolo tan vigorosamente.

No tiene mucho tiempo.

Quedan solo unas cuantas semanas del verano antártico antes de que el tiempo realmente empeore.

La doctora Kiya Riverman, glacióloga de la Universidad de Oregón (EE.UU.), perfora con un taladro de hielo y coloca pequeñas cargas explosivas.

El resto de nosotros hacemos orificios en el hielo para los geófonos, los oídos electrónicos que escucharán el eco de las explosiones que rebotan de los cimientos a través de capas de agua y hielo.

“¿En qué idioma sueñas?”, “¿Y en qué piensas?”. Esti Blanco-Elorrieta, psicolingüista reconocida este año por Forbes 30 under 30 como joven promesa científica, sabe contestar a estas curiosidades. La bilbaína de 29 años habla cuatro idiomas y lleva cinco años en la Universidad de Nueva York (NYU), becada por La Caixa, donde investiga la arquitectura del cerebro bilingüe en el entorno natural. La científica trabaja con participantes de todas partes del mundo que hablan perfectamente al menos dos idiomas, o bien de la misma familia, o bien muy distintos, incluyendo también la lengua de los signos. Los resultados muestran que todas las personas bilingües tienen las mismas capacidades y reflejos de comunicación en función del contexto y de las barreras sociales. “Lo más increíble que he constatado es la universalidad del funcionamiento cognitivo de este tipo de cerebros”, cuenta la experta.

Obstáculos y ventajas

Una persona bilingüe vive con todos los idiomas despiertos a la vez en la misma caja y los maneja en función del contexto que le rodea. No siempre encuentra la palabra adecuada o a veces inventa una sin ni siquiera darse cuenta. A la doctoranda cuatrilingue le pasa cuando vuelve a casa: «Mis padres entienden lo que quiero contar pero me contestan que lo que acabo de decir no es una palabra». Su cerebro calca un término inglés con apariencia española (como por ejemplo «aplicar a la candidatura» como traducción errónea de «to apply») de manera automática sin percatarse del problema.

Por otro lado, al quedar en un bar con sus amigas que entienden los dos idiomas, su cerebro descansa. Esti intercala en medio de su conversación algunas nociones en inglés sin necesidad de buscar su equivalente en euskera o inventar algo que no existe a ver si cuela. “Cuando estás con gente bilingüe o que al menos entiende el otro idioma, no tienes necesidad de controlarte. Tu cerebro se adapta a ese contexto y no tiene por qué hacer el mismo esfuerzo que si entrara alguien que no entiende ese idioma”, relata.

El cerebro de la persona bilingüe trabaja más a la hora de comunicar. La corteza prefrontal manda una señal que bloquea las palabras inadecuadas

En definitiva, el cerebro de la persona bilingüe trabaja más a la hora de comunicar. La corteza prefrontal manda una señal que bloquea las palabras inadecuadas. Este entrenamiento desarrolla ventajas cognitivas como por ejemplo elegir la información más relevante. Sin embargo, la persona bilingüe no siempre encuentra la traducción de una palabra precisa o de una sensación que quiere expresar. “Puedes estar hablando tranquilamente y te das cuenta de que la palabra que tienes en la punta de la lengua no existe en castellano», comenta. La persona debe por lo tanto explicarse con más detalle para hacerse entender. Según Esti, «los bilingües se expresan con más sofisticación y tienen mayor facilidad para comunicarse, ya que están acostumbrados a adaptarse».

Sin embargo, la gente con bilingüismo “nativo” puede tener la impresión de no controlar ningún idioma perfectamente pese a tener una mayor capacidad verbal. “Eso ocurre por cuestión de frecuencia, es decir, por el número de veces que la persona ha oído un idioma. Un bilingüe oye la mitad de veces un idioma que un monolingüe que solo trata con el español”, explica la bilbaína.

Infancia y subconsciente
“¿Por qué pienso los números en alemán estando en un contexto español?”, le preguntan. Ella contesta con otra pregunta: “¿Has aprendido las matemáticas en ese idioma?” La respuesta suele ser que sí. “Los dos idiomas se reflejan en la mente de formas distintas. En general la toma de decisiones se hace en el primer idioma que has aprendido y el más académico”, argumenta la experta. Por otro lado, los sentimientos y las muestras de afecto tienen menor valor emocional en el segundo idioma por lo que para la persona bilingüe puede resultar más fácil expresarlos de ese modo.

“El cerebro actúa con respeto a las experiencias individuales y funciona por asociaciones”, añade. En el subconsciente, el órgano funciona más o menos igual. “Si sueñas que estás en Francia con un amigo francés, soñaras en francés. Si traes a esa persona a Madrid, quizás le hagas hablar español aunque no lo hable. Es cuestión de contexto. Además, si lo último que has vivido o leído es en un idioma en particular, es probable que sueñes en ese idioma”, detalla Esti.

Una persona bilingüe vive con todos los idiomas despiertos a la vez en la misma caja y los maneja en función del contexto que le rodea

La experta asegura que antes de los seis años, el niño alcanza un nivel nativo. Pasada esa edad, aunque el cerebro es capaz de aprender el vocabulario a la perfección, no podrá desarrollar la destreza motora necesaria con tanta facilidad para reproducir el sonido exacto del segundo idioma. Por otro lado, hablarle a un recién nacido en tres idiomas y seguir la iniciativa a lo largo de su infancia es lo mejor, según confirma Blanco. “Es cierto que tardará más tiempo en hablar correctamente, pero al final llegará a controlar los tres idiomas. Es como con la música. Le puedes poner música clásica, country y rock, y con el tiempo, sabrá diferenciar todos los estilos”, compara.

Pese a vivir en Nueva York desde hace cinco años, que el inglés sea su idioma dominante y llevar hablando treinta minutos en español, Esti se despide con un “agur”. La joven promesa científica echa de menos el euskera, el lenguaje de su infancia.

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