La niña a la que le debemos el inhalador para el asma, el invento que revolucionó el tratamiento de esta enfermedad
Redacción
BBC News Mundo
«Papa, ¿por qué no pueden poner mi medicina para el asma en un bote de aerosol, como hacen con la laca para el pelo?». Esta fue la cándida pregunta que Susie Mason, una niña estadounidense de 13 años con asma severo, le hizo a su padre en los años 50.
Afortunadamente para Susie —y para cientos de miles de personas con esta condición que afecta las vías respiratorias— su padre, George Maison, era presidente de una compañía farmacéutica (Laboratorios Riker).
Y la investigación que comisionó en 1956 a tres científicos para satisfacer el deseo de su hija dio como resultado el inhalador moderno, un dispositivo que se utiliza en todo el mundo para administrar dosis controladas de un fármaco para el asma que llega directamente a los pulmones, con solo presionar un botón.
Según la Organización Mundial de la Salud, el asma es la enfermedad no contagiosa más común en los niños.
Se estima que más de 300 millones de personas sufren de asma en el mundo.
La inquietud de Susie estaba lejos de ser un capricho. En ese momento, el método más utilizado para suministrar el fármaco a los pacientes era una botella de vidrio con un atomizador de goma, muy parecido a un frasco de perfume antiguo.
En ese recipiente «se ponía la droga broncodilatadora, que probablemente tenías que guardar en la nevera», le explica a la BBC Stephen Stein investigador y discípulo de Charlie Thiel, el único miembro con vida del equipo que inventó el inhalador.
Si bien hacía que la droga llegara a los pulmones, la dosis que suministraba no era uniforme.
«Era un proceso muy engorroso. Pero, además, el nebulizador era muy delicado. Se podía romper. Era una opción, pero no una gran opción», añade.
Con todos sus defectos, era un paso adelante en comparación con otro método popular en la época para tratar el asma: el cigarrillo.
Hoy día nos puede parecer casi una broma, pero en ese entonces, el cigarrillo preparado para el asma era una forma aceptada para tratar esta condición.
«Fumar es muy tóxico porque es un método muy eficiente para introducir cosas en los pulmones», señala Stein.
«Precisamente porque pueden hacerlo, se empleó para administrar sustancias que tenían atropina (una sustancia que se utilizaba para tratar el asma».
Antiguos egipcios
Los tratamientos con aerosoles terapéuticos tienen una larga historia que se remonta al antiguo Egipto, hace unos 3.500 años.
Según un estudio de 2010 de investigadores de la Universidad de Exeter, en Reino Unido, documentos egipcios compilados alrededor de 1550 a.C, revelan que los «tratamientos para los problemas respiratorios incluían no solo el consumo de una variedad de preparaciones con productos vegetales, animales y minerales, sino también la administración de sustancias activas (…) directamente a los pulmones mediante la inhalación».
«Sabemos que fue así por un rollo de papiro encontrado junto a una momia», explica Stein.
«La terapia que describía, menciona el uso de hierba loca (Hyoscyamus niger), de respirar los vapores de esa planta cuando se quema».
«Y resulta que esa planta contiene atropina, una sustancia que aún se usa en ciertos productos para los inhaladores de hoy en día».
Experimentos
El objetivo de los investigadores del laboratorio Riker era crear un dispositivo que permitiera llevar a los pulmones más cantidad de fármaco y de forma más rápida.
Para ello, empezaron probando con potentes propelentes gaseosos que, en sucesivos experimentos, demostraron ser complicados de manejar y contener.
A sus más de 90 años, Charlie Thiel todavía recuerda lo que ocurrió cuando pusieron a prueba el sellado de los inhaladores sumergiéndolos en una fuente de agua caliente.
«Todos (200 inhaladores) explotaron al mismo tiempo. Un chorro de agua cubrió todo el techo», dice Thiel.
El equipo continuó experimentando con otras fórmulas del medicamento en robustas botellas de Coca-Cola y fue así como Thiel descubrió una fórmula que funcionó.
«Si mezclas partículas de drogas en propelentes, estas suelen aglutinarse contra la pared y no se dispersan bien», explica Stein.
«Thiel descubrió que si usaba el surfactante Span 85 (Trioleato de sorbitano), la fórmula se dispersaba muy bien y sus partículas se proyectaban en aerosoles pequeños que podían llegar a los pulmones».
Este hallazgo hizo posible que no fuera necesario añadir etanol o alcohol a la fórmula para transformarla en un aerosol.
El proceso —desde que originó la idea hasta que desarrolló el producto— tomó apenas un año.
«Los pacientes lo amaron (al inhalador)», recuerda Thiel. «¡Era tanto más cómodo para ellos!»
A Thiel no le interesó nunca la fama sino el impacto que el producto tuvo en los pacientes.
En una grabación que realizó con su discípulo, rememora un encuentro que aún hoy lo emociona.
En ella relata un encuentro en 1995 con un médico australiano, un hombre mayor que sufría de asma.
«Me dio un abrazo de oso y me dijo: ‘Charlie, si no fuera por tu invento, yo estaría muerto’. Simplemente me dejó boquiabierto».