19 de noviembre de 2020

La Segunda Guerra Mundial de Antony Beevor se libra ahora en dibujos

Jacinto Antón
El País

El reto era de los que hacen historia, y valga la expresión. Se trataba de adaptar en dibujos La Segunda Guerra Mundial, la monumental historia de la contienda que publicó en 2012 Antony Beevor, convirtiéndola en una obra eminentemente visual. El libro original del reconocido historiador militar británico tiene la friolera de 1.214 páginas y en ellas se repasa en toda su amplitud la peor guerra que ha vivido la humanidad (más de sesenta millones de muertos, atrocidades como nunca se conocieron) con una profundidad y un detalle excepcionales.

Pues bien, la misma editorial, Pasado & Presente, ha acometido la empresa de convertir esa magna historia en una obra gráfica, explicada con dibujos monocromáticos (a carboncillo) y solo algunos breves textos insertados en ellos, en un volumen de 540 páginas. Y la cosa funciona. Realmente ahí está, sintetizada en dibujos, la historia de la guerra tal y como la cuenta Beevor. Con la presencia en la introducción del desgraciado soldado Yang –símbolo para el historiador de cómo jugó el destino con la gente común durante la contienda–, el coreano que reclutado por los japoneses fue capturado por los soviéticos e incorporado al Ejército Rojo y luego hecho prisionero por los alemanes y enviado a servir con la Wehrmacht en Normandía, donde lo atraparon los Aliados. El arranque de la guerra en dibujos no es el convencional en Polonia sino, siguiendo también a Beevor, en China, en mayo-agosto de 1939, con el enfrentamiento entre tropas japonesas y soviéticas en la frontera de Manchuria y Mongolia. Vemos dibujado al teniente Sadakaji cargando contra un tanque con su espada de samurái y a los T-26 soviéticos que se habían usado en la guerra de España (dos detalles mencionados por Beevor).

Contemplamos asimismo, destacados, episodios tan de Beevor como la invasión de Creta por los paracaidistas alemanes, la lucha por Stalingrado, el Día D, el puente de Arnhem, la Batalla de las Ardenas o la caída de Berlín. Aparecen submarinos, Rommel, el sistema Ultra, los katiusha, kamikazes, los francotiradores Liudmila Pavlichenko y Zaitsev, las Brujas de la Noche, la PT 109 de Kennedy, Von Stauffenberg, la matanza de Malmedy, los panzerfaust… De lo poco que no sale es el canibalismo japonés (difícil de dibujar sin caer en el gore), cuya extensión fue una de las aportaciones más sorprendentes de la historia de Beevor, y curiosamente, dado que la dibujante es una mujer, las violaciones masivas de los soviéticos en Berlín.

La adaptación, una tarea titánica, es del propio editor, Gonzalo Pontón, que se ha encargado de seleccionar qué partes y episodios del original de Beevor iban a ser dibujados. “Es un invento del que estoy muy orgulloso”, señala Pontón. “Se me ha ocurrido que esta puede ser una buena vía para enganchar a los jóvenes y tratar de llevarlos al conocimiento de la historia”. El libro gráfico se divide en 43 capítulos (más un epílogo) que llevan los mismos títulos que los del original de Beevor –El estallido de la guerra, La caída de Francia, Stalingrado, La Shoah por el gas, Del Vístula al Óder, Ciudades de los muertos…–, aunque se han suprimido siete.

Las ilustraciones, a la vez detallistas y evocadoras, son de la dibujante Eugènia Anglès, sin experiencia en el campo de la historia militar y que antes de ponerse manos a la obra no distinguía un tanque Tigre de un T-34. Ahora, tras una inmersión absoluta en la Segunda Guerra Mundial, no es que los reconozca, es que tiene pesadillas con ellos (y es capaz de dibujar unos Panther excelentes, como los que pone en la Batalla de Kursk). “Vengo del mundo de la decoración y el diseño, nunca había dibujado nada así”, explica Anglès. “Estaba acostumbrada a dibujar cosas agradables, como la ilustración de mitos clásicos para público infantil-juvenil”. Nada que ver con los cañones autopropulsados Elephant, los Shturmovik, el portaviones Akagi o la cara de Himmler.

La documentación, ingente, y consistente sobre todo en fotos del conflicto, se la pasaron a la dibujante los editores Gonzalo y Ferrán Pontón, respectivamente su suegro y su marido. “Aunque no debía buscar solo la exactitud, sino la emoción, el dibujo tenía que ser muy preciso, había poco margen para inventar, y Beevor iba revisando rigurosamente las ilustraciones y dando el visto bueno o pidiendo que se corrigiera tal o cual detalle. Que ese modelo de tanque no era el correspondiente a ese momento de la guerra o que faltaban rodillos en las cadenas”. ¿Qué es lo que más le ha costado dibujar? “Me costaron mucho los cascos de los alemanes, esa onda, esa inclinación, una curvatura que es muy difícil de plasmar. Pero ha habido tantas cosas… un uniforme que no tocaba, una medalla de más…”.

Mucho más que con la mecánica o la iconografía, que le han dado tantos quebraderos de cabeza, Anglès ha disfrutado con los retratos de personajes de la contienda, las expresiones de los rostros. Aunque ahí también ha estado marcada: “Beevor me pidió que le pusiera más cara de mala baba a Goering”, por ejemplo. Le ayudó a encontrar la expresión exacta de Goebbels pronunciando su discurso de resistencia hasta el final imaginarlo con dolor de barriga, apunta. Una página especialmente intensa contrapone los retratos de Rudolf Höss, comandante de Auschwitz, y Primo Levi, superviviente. Hay grandes escenas a doble página, espectaculares, como la de Dunkerque o la de Pearl Harbour, o la de la división Panzer de Guderian avanzando en Sedan.

Uno de los retos era conseguir una estética homogénea en una historia con espacios y momentos tan diferentes. “El dibujo monocromo nos ha ayudado a unificar, al principio pensamos en emplear color, pero creo que el resultado tiene mucho mayor dramatismo así y el carboncillo es muy expresionista”. La parte humana de la guerra es lo que más le ha interesado a la dibujante. “Dibujar un tanque no era desde luego mi ilusión, y las pequeñas variaciones de los modelos me volvían loca. Es mucho más interesante la gente». Pero, añade, «dibujar las caras de los soldados, tan jóvenes, y sobre todo a las víctimas civiles ha tenido un precio emocional”. Dibujos como los de la matanza de Nankin, los cuerpos amontonados en los campos de exterminio, Babi-Yar, una mujer carbonizada en Dresde o el niño sentado en las ruinas de Varsovia, le han sido muy duros de hacer. “Todavía se me pone la piel de gallina, todo eso es tan reciente, tenía que tener un kleenex a mano porque a veces me caían lágrimas en el dibujo”.

La opinión de Beevor
A Beevor la experiencia le ha resultado muy interesante, aunque, afirma, escapa al mundo que conoce. “Todo lo que puedo decir es que provoca un extraño sentimiento en un historiador ver tu obra en forma ilustrada”, ha explicado a este diario. “Así que probablemente soy la última persona capaz de juzgar el asunto. Pero entonces tienes que recordarte a ti mismo que todo está cambiando. Nos movemos hacia un mundo post-literario donde la imagen es la reina. Creo que los dibujos de Eugènia son absolutamente remarcables, y si incitan a una generación más joven a aprender más acerca de los más importantes y devastadores años del pasado siglo, entonces habrá tenido un éxito absoluto”.

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