El culto a Proust, más vivo que nunca un siglo después
Marc Bassets
El País
Jean-Yves Tadié contrajo el virus de Marcel Proust a los 16 años, cuando su profesor de filosofía leyó en clase un fragmento de El tiempo recobrado, séptimo y último volumen de En busca del tiempo perdido. “Fue como un flechazo”, recuerda en el salón de su apartamento en el proustiano distrito XVI de París. “En cuanto volví a casa, busqué en la biblioteca de mis padres En busca del tiempo perdido y lo leí entero”.
Desde entonces, Tadié (Boulogne-Billancourt, 85 años) ha leído como mínimo tres veces de inicio a fin el ciclo novelesco de Proust, una de las cumbres de la literatura del siglo XX, e incontables veces por separado los libros que lo componen y múltiples fragmentos. Ha dedicado a ello buena parte de su vida. Desde su tesis doctoral, Proust y la novela, hasta Proust y la sociedad, publicado en noviembre. En este ensayo analiza En busca del tiempo perdido como un fresco de la Francia de su tiempo comparable con la Comedia humana de Balzac, con los grandes debates y dramas políticos de la época —el caso Dreyfuss y la Primera Guerra Mundial— como telón de fondo. Entretanto, Tadié dirigió la edición crítica de En busca del tiempo perdido en La Pléiade, la colección de clásicos de la editorial Gallimard. Escribió la biografía de Proust. Enseñó en ocho universidades de varios continentes y tuvo tiempo de dedicarse a otro de sus objetivos de estudio académico: la novela de aventuras.
Tadié es hoy el primero de los proustianos, o proustólogos, en Francia y en el mundo, y de ahí que tenga un papel destacado en una de esas conmemoraciones que no parecen terminar nunca. En 2019 se cumplió un siglo del premio Goncourt para A la sombra de las muchachas en flor, segundo volumen de En busca del tiempo perdido; en 2021 se conmemoran los 150 años del nacimiento del escritor, 2022 será el centenario de su muerte.
En estos años no han dejado de publicarse inéditos ni nuevos ensayos sobre el autor. Además, se reeditará, actualizada, la biografía. El Museo Carnavelet de París inauguró en diciembre una exhaustiva exposición, titulada Marcel Proust, una novela parisina, abierta hasta el 10 de abril. En vísperas de Navidad había colas para entrar. Puede parecer un misterio la capacidad de convocatoria y la vigencia de un autor con reputación de difícil, y con una obra de miles de páginas, que requiere un tiempo y una concentración raros en la era de la dispersión y la brevedad.
“Se ha convertido en una leyenda”, constata Tadié. “Le ha ocurrido lo mismo que a Cervantes o Shakespeare. Escapa a su país y a su lengua. Su contenido es universal. Los chinos o los japoneses lo aprecian tanto como los americanos o los españoles. Ya ni siquiera es un escritor francés”. Proust, para Tadié, es uno de esos escritores que no hace falta haber leído para conocerlos, o para creer que se conocen. Dante o Kakfa también pertenecen a esta categoría, como los citados Cervantes y Shakespeare. En el caso de Proust, la famosa magdalena que despierta un mundo de recuerdos cuando el narrador de En busca del tiempo perdido la moja en el té, es hoy un lugar común, casi como los adjetivos dantesco o kafkiano.
“Es como un culto incluso para quienes no creen: la gente respeta las iglesias sin entrar en ellas”, dice el estudioso. “Proust plantea todas las grandes cuestiones de la vida y de la sociedad de una manera que supera su tiempo y su vida. Además, inventó un estilo tan diferente que nunca ha pasado de moda. Como decía Jean Cocteau, la moda es lo que pasa de moda. Proust nunca estuvo de moda y su estilo perdura en todas las lenguas”.
En castellano, En busca del tiempo perdido ha contado con traductores ilustres, como Pedro Salinas o Carlos Pujol. En las décadas recientes, la editorial Valdemar la ha publicado en traducción de Mauro Armiño; Lumen, de Carlos Manzano. En catalán hay dos traducciones nuevas en curso: la de Valèria Gaillard, en la editorial Proa, y la de Josep Maria Pinto en Viena Edicions.
¿Autor difícil? “A los autores fáciles se les olvida apenas se han leído, y a veces uno ni siquiera logra leerlos”, replica Tadié. “Uno de los problemas de la lectura de Proust es que vuelve imposibles de leer muchos otros libros. O bien porque Proust trata mejor el tema, o bien porque estos libros parecen de un estilo tan pobre… En nuestra época, en Francia, hay la manía de las frases cortas, como si se hubiese leído mal la novela a Hemingway. Hemos abusado de esto. En Proust sucede algo parecido a la música de Wagner: en cuanto has oído unos compases de El oro del Rin alcanzas la plenitud, una riqueza que aplasta a muchas otras obras musicales. Cuando entro en una librería y miro las recientes publicaciones novelescas, nada me retiene. Por culpa de Proust. Me apena”.
Proust no tiene herederos, según el especialista: “Los genios lo destruyen todo a su paso”. Pero Tadié cita, entre los autores vivos franceses que le interesan, a Patrick Modiano, J. M. G. Le Clézio y Pascal Quignard. Aprecia al muy proustiano Javier Marías, quien, como Tadié, fue profesor en el All Souls College de Oxford, y a John Le Carré. También es un devoto de Agatha Christie. “No leo los libros de Agatha Christie por la intriga, sino como novela de costumbres”, explica. “Al final de su vida su palabra se libera: a la vez tiene cosas muy divertidas y observaciones de psicología general, en la gran tradición inglesa desde el siglo XVIII”.
Tadié ha empezado a escribir sus memorias, “un ejercicio que, en realidad, resulta bastante penoso”, admite. “Hay que retomar algunas cosas que habríamos preferido olvidar”. En estos momentos trabaja en el momento de la ocupación de Francia por la Alemania nazi. “Tengo recuerdos no muy numerosos, pero muy vivos de este periodo”, recuerda Tadié, nieto, por parte materna, de judíos de Rumanía que llegaron a Francia en 1896. “Ser niño en París durante la guerra no era nada envidiable. Nos faltaba de todo, mi padre era prisionero en Alemania, mi madre se desvivía trabajando por nosotros y vivíamos en un ambiente de miedo”.
Cuando se le pregunta por el polemista ultra Éric Zemmour, candidato a las elecciones presidenciales francesas, que reivindica a Philippe Pétain, el líder de la Francia colaboracionista con los nazis, y asegura que este protegió a los judíos franceses, se pone serio. “Por principio no me interesa Zemmour”, responde. “Cuando los hechos históricos están establecidos, no hay por qué volver a ellos: Pétain es quien dejó que se exterminase a los judíos e hizo capitular a un millón y medio de hombres en junio de 1940 sin conocer siquiera las condiciones del armisticio. Es la vergüenza de Francia. No quiero oír hablar de estas cosas”.