4 de enero de 2022

No fueron fantasmas, fue algo peor: la cruda realidad del caso Amityville

Jaime Lorite
El País

Son las 3:15 de la madrugada del 13 de noviembre de 1974. Un joven de 23 años, Ronald DeFeo, Jr. (más conocido como Butch), se levanta y, rifle en mano, ejecuta a su familia al completo: sus padres y sus cuatro hermanos. Todos mueren boca abajo en la cama, como si ninguno se hubiese despertado con los disparos, y sin haber sido drogados. Como si una fuerza sobrenatural hubiera silenciado, de algún modo, el rifle y mantenido a las seis víctimas en un extraño trance hasta la llegada de su fatal destino. Así comienzan buena parte de las más de 30 películas de terror inspiradas en el parricidio de la localidad neoyorquina de Amityville —desde la original y más famosa de todas ellas, Terror en Amityville (1979)— , para después narrar cómo otra familia se muda a esa casa y comienza a experimentar fenómenos paranormales. Estas películas con frecuencia llevan un rótulo de “Inspirada en hechos reales” porque, sorprendentemente, tienen algo a lo que remitirse: la sentencia judicial del caso, dictada en 1975, que no hizo mención a ningún espíritu maligno pero consideró plausible este relato.

En el libro El caso Amityville: Reinvestigando los asesinatos de la familia DeFeo, escrito en 2002 y publicado ahora por primera vez en España por la editorial Applehead, el autor Ric Osuna repasa todas las irregularidades que rodearon el proceso, los obstáculos que encontró la defensa para acceder a pruebas no tenidas en cuenta y las prisas por encarcelar a un culpable, antes siquiera de tener una versión coherente de los hechos. Osuna ha abogado, durante años y desde su página especializada, por una reapertura del caso, sin pretender que el asesino múltiple confeso Butch DeFeo (fallecido en marzo de 2021 a los 69 años en la cárcel) fuese liberado, sino que se depurase la responsabilidad auténtica que él tuvo en los asesinatos.

Una responsabilidad sobre la que se ha especulado desde el primer momento de su detención, puesto que ya entonces las autoridades dieron por hecho que el crimen tuvo que haberse perpetrado entre varias personas. En las conclusiones de su investigación, el autor sostiene que Butch mató a sus padres, Ronald y Louise DeFeo, con la ayuda de un amigo, pero que los niños murieron a manos de su hermana Dawn, de 18 años, asesinada también por Butch aparentemente tras ver la atrocidad que ella acababa de cometer.

“Creo que Dawn estuvo involucrada y el simple hecho de decirlo me entristece, porque se trataba de una chica dispuesta a cualquier cosa con tal de abandonar su casa y escapar de sus padres”, reafirma Ric Osuna, consultado por ICON vía correo electrónico. El autor se remite, entre otros argumentos, a la declaración jurada que firmó en 1974 el novio de la joven, con quien ella quería mudarse a Florida, sin haber salvado aún el escollo de la desaprobación de sus padres. También aporta como prueba la letra de una canción supuestamente cómica escrita tiempo antes por Dawn, The night the DeFeos died (La noche en que murieron los DeFeo, título original del libro), donde fantaseaba con el asesinato de su familia.

La segunda y más impactante parte del libro de Osuna está dedicada a la reconstrucción de la vida personal de la familia DeFeo, a partir de su llegada al número 112 de Ocean Avenue, en Amityville, que compraron en 1965. Aunque los medios sensacionalistas pusieron el acento en el letrero de High Hopes (“Grandes esperanzas”) que el padre había colgado en la entrada como símbolo de la prosperidad que buscaban y se truncó aquella noche de 1974, aquello estaba muy lejos de ser un hogar idílico, según los vecinos y conocidos a los que el escritor entrevistó durante la investigación. El infierno doméstico descrito tenía en el centro el carácter explosivo del padre, Ronald DeFeo, que maltrataba a su esposa e hijos. La familia, además, estaba directamente vinculada al crimen organizado a través del abuelo materno, Michael Brigante, Sr., socio del jefe mafioso Carlo Gambino. Según Butch —que estuvo empleado junto a su padre en el concesionario de Brigante— y su pareja, ellos ya tenían un trato muy estrecho con la muerte, al tener que deshacerse frecuentemente de cadáveres por encargo de la mafia.

Aunque la conducta inestable e imprudente del padre, Ronald DeFeo, le había llevado a estar en el punto de mira de los gangsters, Osuna descarta su implicación en la matanza de Amityville, puesto que el asesinato de niños viola todos los códigos de la mafia italiana. En la reconstrucción de los hechos que se plantea en el libro, los acontecimientos se precipitan el 12 de noviembre, después de una brutal trifulca donde el padre agrede a su mujer y a varios de sus hijos. El más pequeño, de 9 años, acaba con la cara ensangrentada. Dawn, por su parte, trata de defenderse con un cuchillo. Convencida de que les acabará matando si ellos no actúan antes, Dawn convence a su hermano mayor, Butch, de acabar durante la noche con la vida de su padre y también de su madre, Louise, al considerar que, pese a ser también víctima de los abusos de Ronald, ella está incondicionalmente de su lado y es “irrecuperable”.

En lo que difieren es en los niños: Butch encarga a Dawn vigilar que no salgan de las habitaciones mientras él y, según Osuna, otro amigo (Bobby Kelske) asesinan a Ronald y Louise, pero ella argumenta que hay que eliminar a todos los testigos y que no es bueno para ellos crecer con ese trauma, así que también los mata. Butch, horrorizado, se venga de Dawn y se convierte en el único DeFeo superviviente.

Tragedia y farsa
El grueso del libro de Ric Osuna aporta una gran cantidad de documentos y datos que, como mínimo, cuestionan el rigor con el que se abordó el juicio o el tratamiento de las pruebas. Por ejemplo, en las fotos de la escena del crimen, que aparecen reproducidas, se pueden apreciar manchas de sangre en lugares que no se corresponden con la historia de que todos los DeFeo murieron en sus camas, y que apoyan el relato del escritor. También señala la aparición de una bala de calibre distinto a las disparadas por el rifle de Butch en la habitación del matrimonio. Sin embargo, es en su crónica de las anomalías judiciales donde, El caso Amityville sí acaba tratando de fenómenos extraños.

Un buen medidor del grado de brutalidad policial que se ejercía en esos años en el condado de Suffolk, al que pertenece Amityville, es la alta tasa de confesión durante los interrogatorios: un 97%, frente a, por ejemplo, el 35% del barrio del Bronx, en Nueva York, o el 20% del barrio de Kings, en Brooklyn. En el libro se constata que la confesión de Butch DeFeo, alcohólico y heroinómano, de haber sido el único responsable, base principal de la acusación, se obtuvo bajo tortura y los diferentes jueces que llevaron el proceso desestimaron todas las pruebas que así lo acreditaban.

También que el fiscal y la policía admitieron en multitud de ocasiones que el crimen involucró necesariamente a tres personas, como concluyó otra investigación independiente del detective Herman Race, pero el carácter mediático del juicio y las ambiciones políticas y personales de los que estaban del lado de la ley exigían encarcelar a un culpable de inmediato, aunque ello implicase presentar versiones oficiales incongruentes.

Pero el libro El caso Amityville no sirve, en absoluto, de portavoz para el asesino Butch DeFeo, a quien el autor Ric Osuna no duda en tildar de “mentiroso”. Las declaraciones del parricida están siempre puestas en cuarentena y validadas (o descartadas) a través de otras fuentes, cuando no hay pruebas que las apoyen. Las revelaciones más novedosas son las de la mujer con la que Butch estaba casado en el momento de los crímenes, Geraldine DeFeo, con quien llegó a tener una hija.

Butch denunció a Osuna y a su exesposa por calumnias tras la publicación del libro, y negó haberse entrevistado jamás con el escritor, pero perdió el juicio. “Butch quería dinero y derechos de autor. Simplemente, yo no creí que él debiera beneficiarse por su papel en los asesinatos”, explica Osuna a ICON. “Geraldine no participó en la extorsión y renunció a obtener dinero, así que Butch también negó que ella hubiera sido su esposa. A excepción del abuso, al final, Butch acabó transformándose en su padre por la manera en que trataba a quienes le rodeaban”.

Butch DeFeo no fue el primero ni el último en ver la terrible pérdida de seis vidas humanas como una oportunidad de negocio. Su abogado, William Weber, desesperado porque se le denegara repetidamente el acceso a las pruebas, en una jugada digna de la serie Better Call Saul, participó en la organización de la famosa trama del embrujo demoníaco en la casa de Amityville, con la esperanza, según Geraldine DeFeo, de utilizarla en favor de Butch en el juicio. Así, Weber montó una sociedad con la familia Lutz, siguientes habitantes del edificio, quienes, a través del libro superventas Aquí vive el horror (escrito por Jay Anson y publicado en 1977), difundieron la surtida gama de experiencias sobrenaturales que habían vivido durante los 28 días que, según ellos, pasaron allí. Al espectáculo se unió un sacerdote que acabó expulsado de su diócesis y el popular matrimonio de demonólogos formado por Ed y Lorraine Warren, que realizó una sesión de espiritismo en la que tomaron una foto de un niño fantasma, extraordinariamente parecido a uno de los fotógrafos de la pareja.

La propia Lorraine Warren aparece en el momento más extravagante del documental My Amityville Horror (2012), centrado en el testimonio de Daniel Lutz, uno de los niños de la familia durante su estancia en Amityville. En esa escena, inolvidable para cualquiera que ve la película, Warren exhibe una madera perteneciente, asegura, a la cruz en la que murió Jesucristo y un recipiente con supuestos pelos de San Pío de Pietrelcina, antes de rezar una oración con Lutz. A diferencia de las otras películas de ficción, aquí los (grotescos) árboles sí permiten ver el bosque y, sobre las palabras del protagonista, convencido de que sí vivió terroríficos fenómenos paranormales a sus 10 años, se atisba la sombra de la sugestión y, sobre todo, el maltrato paterno. “En mi opinión, los niños de la familia Lutz fueron desgraciadamente utilizados para una estafa y eso les tuvo que afectar de forma grave”, dice Ric Osuna, cuyo interés inicial en Amityville le llevó a tener, antes de la investigación, una relación comercial con el padre de aquella familia, George Lutz.

En el libro, Osuna recuerda la frase de Lutz que le hizo perder toda confianza: “Aclarar lo sucedido no es tan importante como ganar dinero con nuevas secuelas”. George Lutz también llevó a juicio al escritor por la descripción del engaño expuesta en El caso Amityville y, al igual que con Butch, el tribunal dio la razón al autor. Tras la extensa investigación, durante la que, afirma, sufrió varias amenazas anónimas que cesaron con la publicación del libro, Ric Osuna, antiguo fanático del misterio de Amityville, admite que no ha sido capaz de volver a disfrutar ninguna de las películas de ficción sobre la supuesta casa encantada: “Antes de conocer la verdad, las primeras me parecían entretenidas, pero ahora no me gustan. El libro y la película de Terror en Amityville capitalizaron una tragedia auténtica, los asesinatos de la familia DeFeo, y sedujeron la imaginación de un público al que, lamentablemente, no le importa cómo se entretiene”.

Con Butch DeFeo y George Lutz muertos, las peregrinaciones de curiosos a la famosa casa continúan, para agotamiento de las familias que han vivido allí desde entonces y han declarado que nunca experimentaron ningún suceso extraño. Solo en 2022, está previsto el estreno directo a vídeo de tres nuevas películas: Amityville Uprising, Amityville Bigfoot y Amityville Karen.

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