9 de agosto de 2022

Así influye nuestra percepción del tiempo en la salud mental

El País

Vivir pendientes del tiempo es una de las principales fuentes de estrés. Saber controlarlo y gestionarlo es, por el contrario, una fuente de salud somática y mental, pero ello requiere, en primer lugar, diferenciar con claridad dos tipos de tiempo y sus propiedades, el que marcan los relojes, es decir, el tiempo objetivo, y el que percibimos mentalmente en cada estado o situación, pues no siempre coinciden.

Los humanos tenemos en el cerebro un grupo de neuronas, el núcleo supraquiasmático del hipotálamo, que funciona como un reloj biológico con un ciclo de 24 horas que sirve para ajustar el funcionamiento del cuerpo, su fisiología, a los cambios exteriores. Son neuronas que funcionan de manera bastante autónoma, preparando al cerebro y demás órganos del cuerpo para funcionar de manera diferente, según sea de día o de noche. De ese modo, sincronizan nuestros ritmos de sueño y vigilia, la temperatura corporal y la producción de determinadas hormonas con el ciclo diario de luz y oscuridad solar, lo que permite un mejor funcionamiento de las funciones fisiológicas y una mejor salud corporal.

En realidad, ese reloj hipotalámico es un reloj imperfecto, pues atrasa, pero cada día contribuyen a ponerlo en hora estímulos ambientales como la luz del sol de la mañana o cosas que también suelen ocurrir casi a la misma hora, como el ruido del camión de la basura, el de la ducha del vecino o el del propio reloj despertador. La luz matinal tiene un poder especial para esa función, pues alcanza al hipotálamo por vías nerviosas directas que le llegan desde la retina de los ojos.

Pero el sentido que tenemos del paso del tiempo, su percepción mental o subjetiva, no siempre coincide con lo que marcan los relojes. Junto con la memoria, ese sentido contribuye a que, en lugar de vivir en una especie de eterno presente, tengamos una noción del pasado, del presente y el futuro. Gracias a él apreciamos la velocidad de cualquier cosa que se mueva y el tamaño de un objeto cuando lo exploramos por el tacto. La prosodia, el tono de la voz que lleva el verdadero mensaje de las palabras, requiere igualmente una percepción subjetiva del tiempo, la que también usamos para prestar atención a las cosas que pasan, tratar de solucionar problemas, tomar decisiones, hacer planes de futuro o incluso para entender las mentes y el comportamiento de las demás personas.

Medir los momentos

Estamos capacitados para distinguir muy bien lo que pasó hace años o días de lo que pasó hace un rato o acaba de suceder y podemos distinguir minutos de segundos y estos de milisegundos, es decir, podemos hacer valoraciones, aunque imprecisas, del tiempo objetivo. Pero nuestra capacidad perceptiva del tiempo subjetivo varía considerablemente en función de los sentidos implicados en ella. Así, solemos evaluar con más precisión la duración de un sonido que la de una imagen visual o la de un olor, lo cual tiene mucho que ver con que el sentido auditivo humano, y probablemente el de muchas especies animales, es, por su naturaleza y funciones, el más especializado y con más capacidad para percibir el tiempo. No obstante, la evaluación del tiempo trascurrido, por ejemplo, durante una melodía, siempre es más precisa cuando utilizamos más de un sentido a la vez, por lo que ver al músico que la interpreta nos permite una mejor valoración que si solo le oímos.

En la búsqueda de algún tipo de reloj biológico cerebral que mida el tiempo subjetivo, el mayor éxito hasta ahora ha sido del equipo del matrimonio May-Britt Moser y Edvard Moser, del Institute for Systems Neuroscience and Centre for Neural Computation de Noruega, ganadores del Premio Nobel de Fisiología y Medicina por sus hallazgos sobre células del hipocampo de las ratas señalizadoras de la posición que los animales ocupan en un determinado espacio (véase Okeef, el premio Nobel y el “GPS” cerebral, en El País del 26 de octubre de 2014). Estos investigadores, en colaboración con los de varias universidades norteamericanas, observaron que el propio hipocampo contiene también neuronas que, tras repetidas secuencias de aprendizaje, acaban señalizando con su actividad el momento en que los animales intuyen que ha de pasar algo relevante, lo que, en conjunto, interpretan como que el hipocampo es capaz de almacenar en sus neuronas una compleja memoria del qué, dónde y cuándo han de ocurrir cosas importantes para la rata.

Es posible que nuestro hipocampo humano contenga también una representación de ese tipo, y que su carácter intuitivo sea la razón por la que nuestra percepción subjetiva del tiempo es tan variable como influenciable por múltiples factores, externos e internos, que también pueden converger en el hipocampo. Así, a veces nos gustaría que el tiempo pasara rápidamente y otras que se eternizara, pero eso, lejos de nuestra voluntad, depende de otros factores no siempre fáciles de controlar.

El tiempo vuela

El tiempo vuela cuando estamos ocupados y motivados y cuando nos gusta lo que hacemos y nos lo pasamos bien, pero se nos hace más largo cuando esperamos impacientes, tenemos un dolor, estamos enfermos o lo estamos pasando mal. También lo sentimos correr muy lento cuando estamos cansados e incómodos, cuando nos aburrimos, cuando llevamos una carga pesada o cuando nos sentimos en peligro. Igualmente, se nos eterniza cuando estamos emocionados esperando a un ser querido o una noticia importante sobre salud o economía. Las prisas también hacen que tengamos la impresión de que el autobús tardó media hora cuando, en realidad, solo tardó diez minutos, o que el semáforo en rojo se nos eternice.

Conocer todos esos factores y su influencia es muy importante para, como ha explicado con brillantez el profesor Ramón Bayés (El reloj emocional. Alienta Ed. 2007), gestionar el tiempo interior, el que apreciamos subjetivamente. Esa gestión es la que nos ayuda en cada circunstancia a ajustar en lo posible el tiempo percibido mentalmente al tiempo real transcurrido, evitando que la no coincidencia se convierta, como tantas veces nos pasa, en una fuente de estrés. En general, un buen consejo para garantizar la salud somática y mental es no vivir muy pendientes del tiempo, pero eso solo ocurre cuando tenemos la sensación de que lo controlamos, incluso aunque no sea del todo cierto.

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