¿Por qué algunas primates siguen llevando a su cría muerta?
El País
En el Parque Nacional de Niokolo Koba (Senegal) vive una población de babuinos de Guinea que lleva siendo estudiada desde hace más de diez años. El 9 de marzo de 2020, mis compañeros y yo salimos del campamento en su búsqueda como cada mañana de trabajo. Sabíamos que los babuinos solían elegir árboles junto a la rivera para pasar la noche, así que recorrimos con nuestro coche el camino que bordea el río Gambia. Los encontramos en uno de sus dormitorios favoritos, una zona a orillas de un meandro en la que la vegetación no es demasiado densa y un gran árbol acapara todo el protagonismo de la escena. La mayoría de los babuinos ya habían descendido de las copas y se encontraban descansado, jugando o bebiendo el primer trago de la mañana. Parecía una jornada normal de campo, pero íbamos a ser testigos de un comportamiento muy poco común y cuya explicación aún no está clara para la ciencia.
Noté un hedor intenso que identifiqué al instante como olor a muerto. Fui a comentarlo con el resto del grupo, pero una compañera veterana se me adelantó: “Oh, no. Otra vez, no”. Enfrente de ella reconocí a Taki, una babuina bastante mayor, de carácter independiente y fácil de identificar porque su cola está llena de nudos. En sus brazos sostenía un trozo de piel seca que, si no fuera porque aún se podían ver los pelos del final de la cola, no habría adivinado que se trataba de su hija, o lo que quedaba de ella.
Ya había oído hablar de primates que siguen llevando a sus hijos muertos durante días, pero verlo de primera mano fue impactante. Me quedé unos minutos observando a Taki, preguntándome qué la llevaba a seguir sosteniendo un cuerpo claramente inerte. ¿Comprendía que su hija estaba muerta? ¿Mostraba signos de duelo? En un momento dado, la vi pellizcar con sus dedos la piel seca para seguidamente acercárselos a la boca. No supe con seguridad si estaba acicalando el cadáver o si se lo estaba comiendo. Al desplazarse por el suelo, arrastraba la piel sin ningún tipo de cuidado, dejando a su paso el olor pestilente. Al principio de la mañana me fascinaba verla, pero tras horas trabajando con el hedor, solo quería que Taki se fuera con su muerta a otra parte ¿Puede tener ventajas evolutivas un comportamiento así?
Los primatólogos han sugerido bastantes hipótesis para intentar explicar este comportamiento. La hipótesis de la inconsciencia propone que las madres no son capaces de discriminar entre crías que están inconscientes o aturdidas, pero que pueden volver a la actividad, y crías que ya están irreversiblemente muertas. Por tanto, siguen llevándolas y cuidándolas, evitando así arriesgarse a abandonar una cría antes de tiempo. En línea con esta idea, está la hipótesis del aprendizaje sobre la muerte. Puede ser que al principio los primates no entiendan la muerte de una manera intuitiva, pero tras este tipo de experiencias, se familiarizan con el concepto. Si esta hipótesis es cierta, cabría esperar que fueran sobre todo las madres más jóvenes las que siguieran llevando a sus hijos muertos.
Por otro lado, la hipótesis hormonal no se centra tanto en lo que pueda o no entender la madre, sino en los instintos que la llevan a seguir perpetuando el cuidado de su cría, aunque esta haya fallecido. Después de dar a luz y durante la lactancia, el sistema endocrino de la madre libera hormonas, como la oxitocina, que promueven los comportamientos maternales. Estos efectos podrían perdurar incluso después de la muerte del infante, retrasando así el momento en el que se desprende de él. También podría ser, como sugiere la hipótesis del vínculo maternal, que con el tiempo la madre haya establecido un vínculo emocional tan fuerte con su cría que ni la muerte pueda acabar con él.
Otra hipótesis, la del manejo del duelo, también va de hormonas. Así como los humanos necesitamos hacer luto, hay primatólogos que proponen que, para otras madres primates, seguir llevando a sus crías les ayuda a sobrellevar el estrés de la pérdida. De ser así, podríamos esperar que este comportamiento rebajara los niveles en sangre de hormonas del estrés como los glucocorticoides. Por último, la hipótesis del aprendizaje maternal sugiere que el cadáver les permite a las madres practicar y mejorar sus cuidados. Tras ver cómo Taki iba arrastrando el cuerpo de su hija por todas las hierbas y matojos del Parque de Niokolo Koba, solo espero, por el bien de su próxima cría, que esta hipótesis no sea correcta.
Todas estas hipótesis son perfectamente comprobables, pero para ello se necesitan muchos datos tomados de una manera sistemática, como la edad de la madre y de la cría en el momento de la muerte o los distintos niveles de hormonas en sangre de la madre. Por desgracia, la mayoría de los registros hasta la fecha son descripciones de casos anecdóticos como el de Taki, lo que es normal dada la baja frecuencia de este comportamiento. Por ejemplo, nadie en su sano juicio plantearía un estudio de doctorado que consistiera en seguir a un grupo de primates y esperar a que muriera una cría y su madre la siguiera llevando. Se necesitaría una vida entera para recaudar suficiente información para presentar una tesis.
Por eso, son tan valiosos estudios como el publicado recientemente sobre las chimpancés que transportan crías muertas en el Bosque Budongo, en Uganda. Los científicos han estado tomando datos durante 40 años y han conseguido registrar un total de 191 nacimientos, de los cuales 68 fracasaron. En nueve ocasiones, las madres transportaron el cadáver de su cría durante varios días, hasta que el cuerpo se empezó a descomponer. Además, en tres casos lo hicieron durante más de dos semanas, a pesar de que su cría ya estaba totalmente momificada.
En ninguno de estos tres episodios las madres mostraron algún tipo de atención o cuidados hacia el cadáver. Por tanto, los autores del estudio ven improbable que la hipótesis de la inconsciencia sea acertada, ya que no trataban a su cría como si estuviera viva. También descartan la hipótesis del aprendizaje sobre la muerte, porque hubo cuatro madres que repitieron el comportamiento, incluso tres de ellas llevaron a sus crías durante más tiempo la segunda vez.
Ante todo, aún se necesitan pruebas hormonales para tener respuestas más concluyentes, pero este estudio ha aportado datos interesantes. Los autores están bastante seguros de que las madres son conscientes de la pérdida, pero que continúan teniendo un fuerte apego por el cuerpo de sus crías y es posible que experimenten algo parecido al duelo humano. La buena noticia es que hasta de esto se recuperan, o al menos este parece ser el caso de los babuinos de Guinea. Taki ha tenido otra hija llamada Tanuki y en estos momentos ambas estarán correteando por Niokolo Koba.